9ª CARTA: SOBRE LA PERSONA Y SU LIBERTAD

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9ª CARTA: SOBRE LA PERSONA Y SU LIBERTAD

Querido amigo:

Si te decía en la 7ª Carta que el elemento esencial del humanismo es la preocupación por la persona, y la virtud primaria de la condición humana es la dignidad, de la que te hablé en la anterior, de la dignidad deriva la libertad, por lo que conviene que en esta profundicemos en la libertad.

La libertad es el presupuesto indispensable para el desarrollo del hombre en todas las manifestaciones de su vida. La libertad supone que el hombre tiene facultades para alcanzar los fines o metas que se propone. La libertad constituye el mínimo común a todos los hombres derivada de una naturaleza humana también común.

De esta naturaleza humana común se deducen una comunidad de derechos que han de considerarse como “un orden superior” a toda decisión individual, y superior también a los poderes públicos, que lo han de tener como medida y límite de su actuación. El respeto a este “orden superior” es la forma política de la libertad, cuyo contenido es la convivencia y la socialidad humana, que implica el respeto a la libertad de los demás. La libertad política deber tener dos objetivos prioritarios: la protección del ciudadano frente a las agresiones y el fomento de su ejercicio en la búsqueda del bien común.

Para el humanismo cristiano la libertad se inserta en la condición espiritual del hombre junto a otras capacidades: capacidad de crear, de amar, de esperar, de utilizar la razón o de trabajar. Todo ello configura al hombre como persona y le confiere la dignidad que le diferencia del “individuo” (condición cuantitativa de miembro de una especie).

Del concepto que se tenga del hombre, dependerá el concepto que se tenga de su libertad. Así el humanismo antropológico magnificaba la libertad sin responsabilidad, lo que conduce al extravío. Mientras, el humanismo marxista sacrificaba el individuo a la sociedad y al Estado, otorgándole un mero valor instrumental.

Para el humanismo cristiano, desde San Pablo hasta Juan Pablo II, se considera que la creación del hombre por Dios le ha dado una innata dignidad, y su redención por Cristo le ha descubierto el amor. Además, al hombre se le da libertad para aceptar o rechazar esa redención. Esta libertad le lleva a la búsqueda de la verdad, con lo que quedan concatenados los pilares básicos del humanismo: dignidad, amor, libertad y verdad.

Dicho en otros términos, para la humanismo cristiano la libertad es un don y una responsabilidad, que no consiste en el voluntarismo (hacer lo que me dé la gana), ni solo en buscar el bien mejor para el mayor número de personas, sino en buscar lo que objetivamente es bueno, en buscar la verdad sobre las personas y sobre nuestro mundo, y ser capaz de organizar lo que nos rodea de acuerdo con esa verdad, usándola sin abusar de ella. La libertad, por tanto, no es hacer lo que queramos, sino poder elegir libremente lo que es realmente bueno.

Pero no hay libertad sin responsabilidad. No hay libertad sin el reconocimiento de ese “orden superior” de que te hablaba al principio. Porque reconocer la existencia de valores que no son manipulables, ni adaptables a la situación de cada momento, es la garantía verdadera de la libertad, que podrá desarrollarse y ejercerse “respondiendo” ante ese orden superior, ante un bien mayor. No hay alternativa: o cada uno hace lo que quiere; o todos respondemos ante valores superiores y objetivos que nos garantizan el uso y el respeto recíproco de nuestra libertad.

Por otra parte, el problema de la libertad no es tanto el de su definición o reconocimiento, como el de su defensa frente a las amenazas. Hoy día la libertad de la persona se ve amenazada, coartada o limitada por muy diversos poderes y situaciones: el intervencionismo de los poderes públicos, el monopolio de los partidos políticos, los grupos de presión con intereses sectoriales, las técnicas de inmisión en la intimidad (problemas de la protección de datos), la libertad de elección de centro educativos o centros de salud, las limitaciones a la expresión de la propia opinión, la dialéctica entre la igualdad y la libertad, el repudio a un “orden superior” común (confrontación ideológica), el egoísmo personal, las transferencias de responsabilidad, etc, etc.

Cada una de estas amenazas merecería un comentario independiente, pero voy a limitarme y a prevenirte contra las procedentes de los poderes públicos. Bastaría que pensaras, querido amigo, en el control que puede ejercerse a través de la información que existe sobre los ciudadanos en muy diversos ámbitos de la vida (fiscal, financiero, salud, en la multiplicidad de bancos de datos y redes de control político o social), información que puede ser manipulada o utilizada para fines distintos de los que la originan o justifican. Y todo lo anterior, sin mencionar los modernos sistemas electrónicos de detección de conversaciones o imágenes que pueden oír y vigilar a las personas, sin la debida autorización judicial, o seguir sus movimientos, reuniones o actividades privadas.

Desde el humanismo, querido amigo, se sostiene que es exigible a los poderes públicos el respeto a la libertad de las personas por ser el núcleo esencial de su dignidad y de condición de ciudadano, y que los límites y restricciones que se impongan, sean los mínimos indispensables para cumplir los fines de interés general conducentes al bien común.

En la próxima carta te hablaré de la persona y la igualdad.

Recibe un cordial saludo.

Fernando Díez Moreno
Vicepresidente de la Fundación Tomás Moro
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