31ª CARTA: ERASMO DE ROTTERDAM

31ª CARTA: ERASMO DE ROTTERDAM

Querido amigo:

En la carta 11ª te hablé de Tomás Moro como el primero de los humanistas y en la 19ª de Cruz Martínez Esteruelas. En esta quiero volver a la época del Renacimiento y hacerlo sobre Erasmo de Rotterdam, figura también estelar entre los humanistas. Una semblanza más amplia la puedes encontrar en la página web de la Fundación (Carpeta “Humanismo y Humanistas”).

No te hablaré de su biografía sino de sus ideas. Si te interesa la primera, la mejor que yo conozca es la de Stefan Zweit, de la que tomo alguna de las ideas que te expongo.

A Erasmo le consideramos humanista del Renacimiento porque creía en la vida intelectual, pensaba que la virtud podía instalarse en este mundo, estimaba la tolerancia tan virtuosa como fanática la certeza radical, proponía la meditación como propia de las buenas personas y, por último, estaba seguro de que los hombres que se familiarizaban con las obras de los autores clásicos podían ser más felices y más justos en su propia época.

Fue un defensor de la libertad, y frente al “De servo arbitrio” de Lutero, publicó “De libero arbitrio”, una de las más hermosas definiciones de la libertad humana. Defendió además con pertinacia callada y tenaz su propia libertad personal, tanto intelectual como moral, lo que le trajo problemas graves con la Iglesia. Pretendía crear una “filosofía cristiana” desde la razón, que abarcaba una ética, un lógica, una metafísica, al tiempo que propugnaba una profunda reforma del clero (su libro “Elogio de la locura”) y una renovación de la Iglesia sobre la base de la práctica de las virtudes humanas.

Fue un defensor, también, de la Europa de su época, proclamando frente a los siglos oscuros pasados, su fe en la humanidad, en el sentido de que su significado, meta y futuro estaría en vivir menos lo partidario y más lo comunitario, para llegar a ser más humana. Europa era para él una idea moral, una demanda espiritual que debería de estar exenta de egoísmos, siendo el primero en promover unos Estados Unidos de Europa bajo el signo de la civilización y cultura comunes, una cultura universal, modélica por su creatividad.

Defendió, además, lo que hoy llamaríamos “la excelencia”. Para él había dos niveles de personas: el inferior y el superior. Abajo la masa bruta presa de sus pasiones; arriba el territorio de los cultos, perspicaces, civilizados. La misión consistía en atraer al nivel superior el mayor número de gente desde el nivel inferior. Su error fue querer aleccionar al pueblo desde arriba en vez de entenderlo y aprender de él.

No quiso nunca estar en el primer plano (lo que hoy diríamos “salir en la foto”). Quería preservar de esa manera su libertad interior, actuar a la sombra del poder, no asumir la primera responsabilidad. Decía: “mejor secretario de un Obispo durante un tiempo, que no Obispo para siempre”.

Según sus biógrafos amaba los libros más que a las mujeres, y cuando las imprentas hacían sus primeras andaduras, presenciar el nacimiento de libros impresos eran los momentos más felices de su vida. Solo se sentía a salvo entre los muros de sus libros. Los amaba porque no eran ruidosos y porque era el único derecho para los eruditos en una época sin derechos.

Aportó luz e ideas sobre la reforma alemana, para la Ilustración, sobre la interpretación de la Biblia, sobre la idea de Europa, sobre el humanismo de su tiempo que, en algunos aspectos se han convertido en principios del orden social de nuestros días. Quiso reconciliar el cristianismo con los autores clásicos, reconociendo en estos una fuente de conocimiento noble y honorable.

¿Qué mensaje podrían recibir hoy, querido amigo, nuestros políticos de Erasmo de Rotterdam?

Me parece que algunos muy sencillos: la necesidad de compaginar los deberes de la política con una vida intelectual que comprenda la lectura de libros y lleve a la cultura; además, la virtud de la tolerancia, especialmente con los políticos de otros signo; el deber de meditar cuanto haga falta antes de tomar decisiones; defender su libertad interior a todo trance, lo que implica decir lo que se piensa aunque se discrepe; la idea de Europa como cultura común; la búsqueda de la “excelencia”; la huída de las fotos vacías y perecederas; y por último, el amor a los libros y nos solo a los informes y a los dosieres.


En el Manual de la “Nueva gramática de la lengua española” publicado por la Real Academia Española, (pag. 25, Madrid, 2010), se dice que en el lenguaje político, administrativo y periodístico se percibe una tendencia a construir series coordinadas constituidas por sustantivos de personas que manifiestan los dos géneros (amigos/amigas, diputados/diputadas, alumnos/alumnas), el circunloquio es innecesario  puesto que el empleo del género no marcado (masculino) es suficientemente explícito para abarcar a los individuos de uno y otro sexo.

Fernando Díez Moreno
Vicepresidente de la Fundación Tomás Moro

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