EL CARDENAL MARCELO GONZÁLEZ

Fue un gran apóstol de la predicación. Como sacerdote y como Obispo pronunció más de 10.000 sermones y conferencias, recogidos en parte en sus Obras Completas. Además impartió la asignatura de Religión en la Universidad de Valladolid, disfrutando de gran respeto y estima por los estudiantes, entre los que se incluían los alumnos de la Universidad de Deusto, que por entonces debían validar sus estudios es aquella Universidad.

Gozaba de las virtudes del humanista: gran cultura, sinceridad, trabajador, amigo leal, hecho al sacrificio personal, y enemigo de la falsedad y de cualquier componenda. Como Príncipe de la Iglesia tenía una fe profundamente arraigada. Era un hombre de Dios, servidor fiel y prudente como exige el Evangelio, cumplidor de su voluntad en los difíciles puestos que le tocó desempeñar, y entregado en cuerpo y alma a la Iglesia, a la que amó y sirvió sin fisuras.

Su pensamiento era cristocéntrico, es decir, que Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ocupaba el centro de su vida. Ello le permitió escribir al final de su vida lo que reza el recordatorio de su muerte: “¡Oh Jesús, amado Jesús, Hijo de Dios, hermano de los hombres y Redentor de la humanidad! Estoy contento de haberte ofrecido mi vida porque Tú me llamaste. Ahora que llega  a su fin, recíbela en tus manos como un fruto de la humilde tierra, como si fuera un poco del pan y del vino de la Misa; y preséntala al Padre para que Él la bendiga y la haga digna de habitar junto a tu infinita belleza, perdonando mis faltas y pecados, cantando eternamente tu alabanza, lleno mi ser del gozo inefable de tu Espíritu”.

Otra nota que caracteriza su pensamiento es su amor a la Iglesia, como se anticipó más arriba. De él dijo el Cardenal Gantín: “una nota constante advierto en toda la labor episcopal del Cardenal González Martín: su profundo y fino sentido de Iglesia, al amor a la Santa Iglesia de Cristo. Es como el eje constante de toda su vida y de toda su acción. La Iglesia como misterio de salvación, como sacramento de la infinita sabiduría divina, con su inmensa e inabarcable grandeza y también con las inevitables páginas, a veces oscuras, de su necesaria vertiente humana”.

También su devoción a la Virgen, a la que amaba con ternura, como se quiere a la mejor de las madres. Predicaba sus rasgos en sus diversas advocaciones de los lugares que marcaron su trayectoria vital.

De él dijo el Papa Juan Pablo II que fue un “pastor diligente”.  Y el Cardenal Cañizares, que también ocupó la sede Primada, dijo que fue “pastor bueno, conforme al corazón de Dios, amó mucho a su pueblo en cuyo beneficio no escatimó esfuerzo alguno, ni sacrificios en los distintos lugares en que ejerció su ministerio pastoral”.

Sus iniciativas han perdurado con el paso del tiempo: las viviendas sociales en el barrio de San Pedro Regalado de Valladolid; las emisoras de radio en Valladolid y Toledo; Colegios de la Iglesia en Astorga; Facultad de Teología en Barcelona; potenciación de “Cáritas”; el Seminario de Toledo, fruto de su dedicación constante a las vocaciones sacerdotales, que llegó a tener el mayor número de seminaristas de toda Europa, y al que accedían de todos los países de Hispanoamérica, en una época de crisis generalizada de vocaciones ; Casas de acogida para los sin techo; la revisión y actualización de la liturgia hispana y mozárabe; la ordenación de centenares de sacerdotes; los nuevos templos en las nuevas barridas de las ciudades de su archidiócesis.

Parte de su obra fue recopilada por El “Estudio Teológico de San Ildefonso” en nueve Tomos, con motivo de sus bodas de plata episcopales. En ellos se contiene una amplia selección de documentos en los que se fue plasmando su magisterio en sus tres etapas sucesivas de Astorga, Barcelona y Toledo.

El Tomo I se titula “El valor de lo sagrado” (1986), y recoge veinticuatro documentos agrupados en torno a dos grandes temas: lo sagrado en la sociedad contemporánea y presencia de la Iglesia en la España de hoy. Como afirma el Cardenal Joseph Höffner en su presentación, llama la atención la primacía absoluta de la función pastoral de quien lleva sobre sus hombros la responsabilidad de la cura de almas; y que por encima de  la ciencia teológica y de la erudición cultural destaca el estilo de magisterio y de gobierno propio del pastor responsable que conjuga la fidelidad a la fe con el servicio sacrificado al hombre de hoy.

El Tomo II se titula “Santa Madre Iglesia” (1987), y recoge veintitrés documentos agrupados en torno al tema de la Iglesia de la Trinidad y la Iglesia, misterio y misión, que ofrecen materia amplia para el estudio teológico, para la predicación y la catequesis, y para el sosiego de la oración y de la contemplación.

El Tomo III se titula “En el corazón de la Iglesia” (1987), y recoge treinta documentos en torno a los temas de la Eucaristía, centro y cima de la vida cristiana; el Corazón de Jesús, arca de la Nueva Alianza; María, Madre de la Iglesia; y la Iglesia bajo el patrocinio de San José. Está prologado por el Cardenal Ratzinger, que después sería el Papa Benedicto XVI, quien al referirse a los documentos sobre María dice que D. Marcelo ha querido ser fiel sucesor de San Ildefonso no solo en la sede, sino en el esfuerzo por explicar la doctrina católica sobre la Virgen María.

El Tomo IV se titula “Evangelizar” (1988), y recoge cuarenta y nueve documentos en torno a los temas de la misión de la Iglesia, evangelizar; el Papa, primer evangelizador; los Obispos, sucesores de los Apóstoles; el Sacerdote, ministro para la evangelización; familia y educación. El Cardenal López Trujillo que lo prologa dice que D. Marcelo representa un ejemplo claro y sugerente de lo que es el ejercicio mismo de un anuncio fiel del Señor, sin vacilaciones y temores, y que en la riqueza y variedad de los temas y circunstancias se revela el hilo conductor de su amor a la Iglesia, un amor costoso que no cede a las tentaciones de la moda ni se escapa en silencios reñidos con la misión de centinelas y de profetas.

El Tomo V se titula “Vivir en Cristo” (1989), y recoge cuarenta documentos en torno a su predicación en Cuaresma y Semana Santa, en torno a los temas de Fuentes de la fe; unidos en la esperanza; libres en la caridad; Hijos de la luz; la fe en Jesucristo y en la Iglesia y la juventud de hoy; y la familia cristiana en la Iglesia de hoy.

El Tomo VI se titula “Testigos de la fe” (1990) y recoge veintidós documentos agrupados en tres capítulos. El primero, “Homilías”, aborda las figuras de Santa Teresa Jornet e Ibars, Rafaela María del Sagrado Corazón, Enrique de Ossó, Ignacio de Loyola, Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, el Hermano Rafael, San Juan de Ávila, Manuel Domingo y Sol, San Bernardo y San Agustín. En el segundo, “Cartas Pastorales”, aborda las figuras de Santa Teresa, Beatriz de Silva, San Benito, Santa Teresa, Cardenal Spínola y Manuel Domingo y Sol, San Juan Bosco. Y en el tercero, “Conferencias y Estudios” se refiere a las figuras de San Francisco de Borja; San Raimundo de Peñafor; Miguel de Mañara; Enrique de Ossó; Francisco de Asís, Teresa de Jesús y Vicente de Paúl, como modelos de santidad.

El Tomo VII se titula “Seminario Nuevo y Libre” (1991) y recoge treinta y ocho documentos agrupados en torno a tres grandes experiencias, el Seminario de Astorga, el Seminario de Barcelona y el Seminario de Toledo. En esta última se sistematizan los textos fundamentales sobre el ideario del Seminario nuevo y libre; las exhortaciones pastorales en el día del Seminario; las Cartas pastorales a los sacerdotes; y las homilías en la inauguración de los cursos. El Cardenal Manuel Javierre dice en el Prólogo que en plena crisis mundial, llamó la atención en Roma el espectáculo de Toledo, con tres Seminarios Mayores y otros tantos Menores, repletos de seminaristas y en pleno proceso de expansión.

El Tomo VIII se titula “Humanismo cristiano” (1993) y recoge veinte documentos agrupados en cinco epígrafes de los que el cuarto se refiere específicamente al humanismo cristiano, destacando en él la conferencia pronunciada en Toledo, en el acto inaugural de la XVII Semana de Teología Espiritual con el título “El triunfo del humanismo cristiano en el mundo actual”. En ella señaló que la preocupación por el hombre es la raíz de todos los humanismos, pero un humanismo sin el Dios que se revela al hombre, mutila al hombre. Solo el humanismo cristiano hace de la civilización una gran civilización al servicio del hombre y no un instrumento de poder al servicio de las naciones más poderosas, de las multinacionales, y de la explotación egoísta de las grandes fortunas. Añade que la grandeza del hombre deriva de haber sido creado a imagen del Creador en la libertad y en la verdad. Los otros humanismos pasan, pero el humanismo cristiano está hoy en el mundo restituyendo el valor primero a la persona humana, a la verdad, a la belleza y a la espiritualidad, al amor y al trabajo.

El Tomo IX se titula “Los valores se siempre” (1994) y recoge treinta documentos relativos a Cartas y Exhortaciones apostólicas; Homilías; Discursos; Artículos, Prólogos y Entrevistas. El Obispo Rafael Palmero, titula lo que debería ser el prólogo con el título de “D. Marcelo, Predicador”. Y así fue porque reunía las tres condiciones para serlo: dotes eminentes, formación y estudios y lecturas bien asimilados; sentido exacto de la época en la que vivió; y sentido de los auditorios a los que se dirigía. Tres condiciones que son perfectamente transferibles al humanista cristiano.

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