VISIÓN DEL HOMBRE PARA EL HUMANISMO

I). Hace más de quinientos años un sabio humanista italiano quiso sintetizar el humanismo con el paganismo hermético y el judaísmo capitalista. Se llamaba Pico de la Mirandola y no consiguió probar sus novecientas tesis, ni siquiera exponerla ante la Curia romana, pero escribió para la ocasión un discurso sobre la dignidad del hombre que ha perdurado hasta nuestros días. Pone en boca de Dios:

“No te he dado semblante ni capacidades propiamente tuyas, de modo que cualquier lugar, forma o don que decidas adoptar, después de deliberarlo, lo puedes tener y guardar por tu propio juicio y decisión.

Todas las demás criaturas tienen su naturaleza definida y limitada por leyes establecidas; solo tú, desligado de tales limitaciones, puedes, por tu libre albedrío, establecer las características de tu propia naturaleza.

 Te he situado en el centro del mundo para que desde esa posición puedas indagar en torno tuyo, con mayor facilidad,  todo lo que contiene.

 Te he hecho una criatura que no es del cielo ni de la tierra, ni mortal ni inmortal, para que puedas, libre y orgullosamente, modelarte a ti mismo en la forma que te plazca.

En tu mano está embrutecerte, descendiendo a las formas inferiores de vida, o ensalzarte por tu propia decisión a los niveles superiores de la vida divina.

¿Quién no admirará este maravilloso camaleón?, pues el hombre es la criatura a quien Esculapio, el ateniense, veía simbolizado en los misterios, en la figura de Proteo a causa de su mutabilidad, su naturaleza susceptible de autotransformación.

Entendamos, pues, que somos criaturas nacidas con el don de llegar a ser lo que elijamos ser, y que una especie de elevada ambición invada nuestro espíritu, de modo que, despreciando la mediocridad, ardamos en deseos de cosas superiores y, puesto que podemos alcanzarlas, dirijamos todas nuestras energía a tenerlas”.  

Esta visión del hombre se repetirá, más o menos adaptada, a lo largo de la historia del pensamiento, y es el reflejo de lo que ya estaba dicho en el Antiguo Testamento, y sirve de inspiración a otros autores y documentos hasta nuestro días.

Recogemos a continuación, algunos testimonios de esta visión del hombre

 II). Libro del Sirácida.

El hombre, gracias a su naturaleza espiritual y a su capacidad de conocimiento intelectual y de libertad de elección y de acción, se encuentra en una particular relación con Dios. El hombre puede decir “sí” a Dios, pero también pude decir “no”. Ello está gravado en el significado de “imagen de Dios”, que describe este Libro.

“El Señor formó al hombre de la tierra y le dio el dominio de ella. Y de nuevo lo hará volver a ella. Le vistió de la fortaleza a él conveniente y le hizo según su propia imagen. Infundió el temor de él en toda carne y sometió a su imperio las bestias y las aves. Le dio capacidad de elección, lengua, ojos y oídos y un corazón inteligente: llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal. Iluminó sus corazones y le dio ojos para que viera la grandeza de sus obras…Y añadiole ciencia, dándole en posesión una ley de vida. Estableció con ellos un pacto eterno y les enseñó sus juicios” (17,1. 3-7, 9-10).

“Él mira siempre sus camino y nada se esconde a sus ojos…Todas sus obras están ante Él como está el sol, y sus ojos observan siempre su conducta” (17, 13. 16).

III). Libro del Eclesiástico.

El respeto a la libertad de hombre creado por Dios es tan esencial, que Dios permite en su Providencia incluso el pecado. La criatura racional, excelsa pero imperfecta puede hacer mal uso de su libertad, incluso la puede emplear contra su creador. Así lo recoge esta cita del Libre del Eclesiástico:

“Dios hizo al hombre desde el principio y lo dejó en manos de su albedrío. Si tú quieres puedes guardar sus mandamientos y es de sabios hacer su voluntad. Ante ti puso el fuego y el agua; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el hombre están la vida y la muerte; lo que cada uno quiere le será dado. Porque grande es la sabiduría del Señor; es fuerte poderoso y todo lo ve. Sus ojos se posan sobre los que le temen y conoce todas las obras del hombre. Pues a nadie ha mandado ser impío ni le ha dado permiso para pecar” (15, 14-20).

 IV). Salmo 8.

Esta Salmo es una celebración del hombre, una criatura insignificante comparada con la inmensidad del Universo, una “caña frágil”, en expresión de Blas Pascal, pero es una “caña pensante”, que puede comprender la creación, en cuanto señor de todo lo creado, coronado por Dios mismo. Dios ha dado al hombre una dignidad, lo ha hecho inferior a los ángeles, es considerado el lugarteniente regio del Creador, lo ha coronado como Virrey, destinándolo a un Señorío universal:

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Le hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus piés (vv. 5-7).

 V). Pérez de Oliva (1494-1531)

En su libro “Diálogo de la dignidad del hombre” desarrolla la idea del hombre como proyecto de hacerse a sí mismo, como posibilidad de ser todas las cosas, que se contrapone al concepto aristotélico-medieval del hombre como “ser” o “naturaleza”, y que es la idea esencial de la filosofía del Renacimiento. Dialogan Aurelio, que sostiene la maldad y desgracia de ser hombre, su condición física y la debilidad de su entendimiento,  y Aurelio que sostiene la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, al que ha perdonado enviándole a su Hijo para redimirlo. Como juez de la disputa eligen a Dinarco, un viejo sabio.

«Por donde“es manifiesto ser el hombre cosa universal, que de todas participa. Tiene ánima de Dios semejante, y cuerpo semejante al mundo: vive como planta, siente como bruto y entiendo como ángel. Por lo cual bien dijeron los antiguos que es el hombre meno mundo, cumplido de la perfección de todas las cosas, como Dios en sí tiene perfección universal; por donde otra vez somos tornados a mostrar cómo es su verdadera imagen. Y pues es así que los príncipes cuando mandan esculpirse, hacen que se busque alguna piedra excelente, o se purifique el oro, para hacer la figura según su dignidad, creíble cosa es que, cuando Dios quiso hacer la imagen de su representación, que tomaría algún excelente metal, pues en su mano tenía hacerla de cual quisiese. Más la causa de por la que la puso en la tierra, siendo tal excelente oiréis ahora».

«Los antiguos fundadores de los pueblos grandes, después de hecho el edificio, mandaban poner su imagen esculpida en medio de la ciudad para que por ella se conociese al fundador; así, Dios, después de hecha la gran fábrica del mundo, puso al hombre en la tierra que es el medio del, porque en tal imagen se pudiese conocer quien lo había fabricado. Más no quiso que fuera aquí como morador, sino como peregrino, desterrado en su tierra, y como dice San Pablo <caminando hacia Dios, nuestra tierra ese el cielo>; más púsonos Dios acá en el profundo para que se vea si somos merecedores de ella. Porque como el hombre tiene en sí natural todas las cosas, así tiene libertad de ser lo que quisiere. Es como planta o piedra puesto en ocio, y si se da al deleite corporal, es animal bruto; y, si quisiere, es ángel hecho para contemplar la casa del Padre; y en su mano tiene hacerse tan excelente, que sea contado entre aquellos a quienes dijo Dios: <Dioses sois vosotros>”.

 VI). Francisco Cervantes de Salazar (1518-1575).

En el Diálogo de la dig­nidad del hombre, que tomó donde Pérez de Oliva lo había dejado, la controversia sobre la dignidad del hombre que habían mantenido Aurelio y Antonio, es sometida a Dinarco, que debía dar la razón a uno u otro de los contendientes,  y parecía inclinarse a favor de Antonio, pero la verdad es que no se declaró muy explícitamente, por lo que el diálogo se prolonga y al final manifiesta su preferencia por la causa de la dignidad del hombre.

Es Dinarco quien da definitiva­mente la razón a Antonio cuando dice:

«Si en la tierra hay algo que merezca loa, es el hombre, porque mientras vive en ella, es señor y servido de todo lo que en ella hay, y salido de ella va de nuevo a vivir para siempre. Él sólo es perpetuo, y todo lo demás feneciendo se acaba; él muere para vivir, las otras criaturas viven para morir. El hombre come para vivir, las otras viven sólo para comer; y el hombre nació para su gloria, y las otras cosas para la de él: las cuales de la vida y ser que tienen, deben dar gracias al hombre, pues para él sólo se criaron, unas para sustentarle por mantenimiento, otras para servirle en los ejercicios.»

«Perfecto es el hombre y cumplido de todo bien; y para mostrar Aristóteles ser el mejor de los criados, dijo que las cosas que en naturaleza son más perfectas son mejores. De donde si, como he probado, el hombre par­ticipa de todo lo que los otros animales -porque así está compuesto de cuatro elementos como ellos, y crece y siente como ellos- y les lleva ventaja en el entender y usar de razón, claro está que, faltando esto a ellos y teniéndolo él, ellos no son perfectos, y él sí; y si es más perfecto, síguese que es mejor. Prueba esto mismo por otra razón Aristóteles, diciendo que en el número temario está toda la perfec­ción, porque del triángulo se sacan todas las figuras y sobre el número de tres se multiplican los demás. Claro está que habiendo en todos los otros animales dos partes solas en el ánima, que son vegetativa y sensi­tiva, y habiendo en el hombre éstas y la tercera, que falta a los otros, que es la intelectiva, mejor que las otras dos, está cierto que ha cum­plido el número de tres y, por tanto, es más perfecto»».

«Criando, pues, al hombre a su imagen y semejanza, y haciéndole señor de todas las cosas, no le dio cierto asiento, ni propia casa, ni particular don, porque pudiese a su parecer donde quisiese, y tener el don que desease. A todas las criaturas puso leyes, de las cuales salir no pueden, a sólo el hombre dejó en su libre poder, para que de sí hiciese lo que le pareciese. Púsole en mitad del mundo, que es la tierra: para que mejor contemplase lo que hay en él; no le crió celestial, ni terreno, mortal ni inmortal, para que tomase la forma que le pluguiese, pudiéndose hacer divino, siendo bueno, y peor que bestia siendo malo… Si se da a la sensualidad, se iguala con las bestias; si se da a la razón, se hace celestial; si usa de su entendimiento, es ángel… ».

VII). Concilio Vaticano II.

En la Constitución “Gaudium et spes” se recoge toda la tradición humanista sobre el hombre y declara:

 “La orientación del hombre hacia el bien solo se logra con el uso de la libertad…La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección…Por su interioridad es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de corazones y donde él personalmente decide su propio destino…La verdadera libertad es signo inminente de la imagen divina en el hombre” (Gaudium et spes 17).

VIII).  El hombre en alguno autores.

Unamuno habla del hombre todo entero de carne y hueso.

Juan Pablo II: considera al hombre como ser único e irrepetible.

Fuerbach: menciona al hombre desde la cabeza a los pies.

El Salmo 144/145, 21: se sirve del término “cuerpo” para designar al hombre entero.

IX). John Newman“The idea of a University” (1873). Conneticut Yale University Press. 1999

“El hombre que ha aprendido a pensar y razonar, a comparar y discriminar y analizar, que ha refinado su gusto, formado su juicio y agudizado su visión intelectual, no se convertirá de inmediato en un Abogado defensor , en un orador, en un estadista, un médico, en un buen patrón u hombre de negocios, ni en un soldado, un ingeniero, un químico, un geólogo, o un experto en la antigüedad, sino que su intelecto estará en condiciones de elegir cualquiera de estas ciencias, o vocaciones… con una facilidad, una gracia, una versatilidad y un éxito, que a cualquier otro le serán desconocidos. En este sentido, por tanto… la cultura intelectual es absolutamente útil” (p. 133).

Citado por Watson “Ideas” pag. 1112.

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