PERSONA Y SOCIEDAD EN SAN JUAN CRISÓSTOMO

V. la homilía catequética de Benedicto XVI de 26.9.2007 sobre San Juan Crisóstomo.

Célebre predicador y prolífico autor que vivió a finales del siglo IV y principios del V. Nos han llegado, escritos por él, 17 Tratados, más de 700 homilías, comentarios a San Mateo y San Pablo y 241 cartas.

Al comentar los Hechos de los Apóstoles, propone el mo­delo de la Iglesia primitiva como modelo para la sociedad, desarrollando una «utopía» social (una especie de «ciudad ideal«). En efecto, se trataba de dar un alma y un rostro cristiano a la ciudad. En otras palabras, comprendió que no basta con dar limosna o ayudar a los pobres de vez en cuando, sino que es necesario crear una nueva estruc­tura, un nuevo modelo de sociedad, un modelo basado en la perspectiva del Nuevo Testamento. Es la nueva sociedad que se revela en la Iglesia naciente.

Por tanto, san Juan Crisóstomo se convierte de este modo en uno de los grandes padres de la doctrina social de la Iglesia: la vieja idea de la polis griega se debe sustituir por una nueva idea de ciudad inspirada en la fe cristiana. San Juan Crisóstomo de­fendía, como san Pablo, el primado de cada cris­tiano, de la persona en cuanto tal, incluso del esclavo y del po­bre. Su proyecto corrige así la tradicional visión griega de la polis, de la ciudad, en la que amplios sectores de la población quedaban excluidos de los derechos de ciudadanía, mientras que en la ciudad cristiana todos son hermanos y hermanas con los mismos derechos.

El primado de la persona también es consecuencia del hecho de que, partiendo realmente de ella, se construye la ciudad, mientras que en la polis griega la patria se ponía por encima del individuo, el cual quedaba totalmente subordinado a la ciudad en su conjunto. De este modo, con san Juan Crisóstomo comien­za la visión de una sociedad construida a partir de la conciencia cristiana. Y nos dice que nuestra polis es otra, nuestra patria es­tá en los cielo y en esta patria nuestra, incluso en es­ta tierra, todos somos iguales, hermanos y hermanas, y nos obli­ga a la solidaridad.

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