Habrás oído reiteradamente el comentario de que vivimos tiempos de laicismo y de relativismo. Son situaciones distintas, aunque se pueden relacionar recíprocamente como causa y efecto. Hoy meditaremos sobre el laicismo desde la perspectiva del humanismo cristiano.
Aunque pudiera parecer que el laicismo es algo de los tiempos que vivimos, tiene sin embargo una larga historia que comienza en el Renacimiento, pasa por Descartes y por el romanticismo hasta llegar a nuestros días.
En esencia, el laicismo implica una situación en la que los hombres viven sin conciencia de que son seres trascendentes y se consideran autónomos y autosuficientes, es decir, que pueden vivir y realizarse al margen de Dios.
Aunque sea simplificar mucho la historia humana, podría decirse para explicar el contraste, que, en una primera fase, se otorgó a la presencia de Dios en la vida del hombre tal primacía que este no encontró espacio vital para afirmar su autonomía o su iniciativa. En una segunda fase, se invierte la situación y es la afirmación del hombre, la que no deja espacio real para Dios.
Aparece así el laicismo caracterizado porque el hombre reclama su autonomía como ser humano, asume la competencia exclusiva sobre el mundo, y no necesita para nada a Dios. Dicho de otra manera, el hombre descubre su autonomía, se reafirma en su misión creadora y transformadora y decide comenzar una nueva etapa.
Antes, desde el Dios creador se intentaba comprender a los seres creados; ahora desde los seres creados se intenta comprender a Dios. Antes, la presencia de Dios cegaba el ojo humano para no ver la consistencia de las cosas; ahora la consistencia de las cosas nubla la pupila para ver a Dios. Antes se huía del mundo; ahora se huye de Dios: el silencio de Dios, la muerte de Dios.
El racionalismo de Descartes lleva implícito estas ideas. Y así cuando formula su famosa sentencia “pienso, luego existo”, está afirmando que la existencia del hombre es producto de su pensamiento y no es un ser creado por Dios a su imagen y semejanza.
La modernidad, representada por la Ilustración, pasó de la justificación ante Dios, a la justificación entre los hombres; de la afirmación e identificación como persona ante Dios, a la afirmación e identificación del hombre frente a su prójimo, como sujeto de derechos; y de la persona individual, que reclama sus derechos, al pueblo que afirma su presencia y su poder frente a las minorías y los gobiernos, exigiendo la satisfacción de sus necesidades. El romanticismo descubrió que el hombre era también creador, especialmente en los ámbitos de la literatura, la pintura, la arquitectura y la música, por lo que podía parangonarse con el Dios creador, o sustituirlo.
En definitiva, el laicismo considera que tanto la razón natural que se oponga a nuestros primitivos instintos, como una Revelación que piensa en el hombre como su origen y final, deber ser superadas por la modernidad, exigiendo un nuevo comienzo que prescinde de todo lo anterior, negando su verdad, su ejemplaridad moral, su eficacia social y su fuerza para ser fermento de la sociedad.
La situación descrita, amable lector, no es solo una cuestión de sociología, lo es también de política. El laicismo es bandera de los nuevos progresistas, y es la señal de identidad de determinados gobernantes, más ocupados en negar lo que sea anterior, por el solo hecho de serlo, que de construir el futuro sobre progresos reales. El laicismo no está solo en los comportamientos personales, está también en los programas electorales más o menos explícito, o más o menos difuminado, para no asustar al electorado.
Podríamos decir que no hay que preocuparse, que el laicismo como forma de ver la vida y el mundo ha existido desde hace siglos y no se ha impuesto. Pero no lo vamos a decir. Al contrario. Debemos preocuparnos, y mucho, porque avanza en la medida que avanza la sociedad de consumo y de masas.
Pero los fundamentos del humanismo cristiano son sólidos, y ninguna tormenta, por perfecta que sea, podrá con ellos.