Humanismo social y actitudes humanas (IV).

Humanismo social y actitudes humanas (IV).

Me refiero a las actitudes humanas como distintas de las actitudes políticas. Estas son susceptibles de multitud de criterios de clasificación, como, por ejemplo, los que diferencian las actitudes reaccionarias, las conservadoras, las progresistas, las demagógicas, etc. Pero a las que yo quiero referirme son las actitudes vitales del ser humano, es decir, las que contemplan la condición humana desde el punto de vista personal.

La primera actitud humana para el humanismo social es la del sentido de la reflexión, del análisis de los problemas y acontecimientos, y de la meditación. No puede negarse que el hombre actual se ve acosado, prácticamente, las veinticuatro horas del día por todo tipo de noticias, datos, informaciones, opiniones, tertulias, reportajes, valoraciones, e-mails, mensajes, whatApps; y, además, a través de todo tipo de medios: radios, TV, medios escritos, semanales, ordenadores, móviles.

Frente a lo anterior se impone, vitalmente, la búsqueda de la autonomía personal, de la formación de un criterio propio, de tener una opinión diferente. Y ello solo puede hacerse mediante la reflexión, el análisis y la meditación.

En segundo lugar, el humanismo social preconiza una actitud ilusionada ante la vida, a medio camino entre el realismo y la utopía. Para la actitud política conservadora el realismo sirve de pretexto al inmovilismo; mientras que, para la actitud llamada progresista, el realismo es el pretexto y argumento para descalificar a quien se oponga a su propia posición.

Además, la utopía (al margen del marxismo, que hace de ella un mito totalitario) ha de ser defendida como la esperanza en un mundo mejor. En definitiva, la ilusión hace más humanos nuestros objetivos y propósitos, permite el descubrimiento progresivo del quehacer de la humanidad y acompaña siempre a quien se “compromete” con la comunidad.

Una tercera actitud, está en relación con el trabajo, y es el sentido del esfuerzo. La pérdida de este sentido lleva a consecuencias a cuál más rechazable: la falta de responsabilidad, la injusticia de retribuciones desiguales, el desinterés por cualquier tipo de ideal, la falta de calidad, la baja productividad, etc. No es infrecuente el caso de quien se esfuerza con gran sacrificio por alcanzar una meta, y una vez lograda, abandona toda su energía para dejarse “flotar”. Para el humanismo social el esfuerzo es consustancial con la vida y con el trabajo, y es el signo distintivo de un “compromiso” personal.

Finalmente, en esta primera aproximación a las actitudes humanas, te prevengo, amble lector, contra la tentación de la flojedad. El humanismo social no consiste en amontonar esquemas de derechos, facultades o reivindicaciones. Y tampoco en insuflar en el hombre sentimientos de abandono, de “pasar”. Ni es una doctrina idílica que ignora los problemas, las tensiones y los conflictos.

Por el contrario, el humanismo social consiste en afirmar que la reciedumbre es condición necesaria en el ser humano, es decir, la entereza para exigir el ejercicio de los derechos, para enfrentarse al dolor, para ayudar a los demás, para servir a la comunidad, porque la justicia, el desarrollo de los pueblos y la paz social siempre demandan sacrificios, tomar decisiones difíciles y energía personal.

¡Ojalá pudiéramos encontrar en nuestros políticos reflexión, análisis y meditación, una actitud ilusionada entre el realismo y la utopía, el sentido del esfuerzo y la reciedumbre!

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