Humanismo y Karol Wojtyla (V)
De los artículos que hasta ahora llevo escritos sobre Karol Wojtyla he destacado su investidura cultural, su defensa de la dignidad de la persona y de los derechos humanos. Pero quiero seguir aportándote ideas y argumentos para sostener que fue un humanista de talla universal.
- El personalismo. El humanismo implica algo más que preocupación por la persona, esto es, por su dignidad y por sus derechos. Implica solicitud por la persona, y Karol Wojtyla, haciendo suya la formulación del Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium et Spes”, nos viene a decir cuál es el origen y el destino de la persona, cuál es el sentido de la vida, cuáles son las normas de comportamiento moral y las relaciones con los demás hombres. Y lo hace recogiendo una simple frase de aquella Constitución que, no obstante su brevedad, contiene toda la verdad del humanismo: el misterio del hombre se revela en el misterio del Verbo encarnado.
Se podrás creer o no en ello, porque a tal fin la persona ha sido dotada de libertad. Pero si se cree, se encuentra a nuestra disposición una explicación y una respuesta a los interrogantes de la vida.
El personalismo de Wojtyla no nació de su condición de Papa, sino de su condición de filósofo, es decir, de su cualidad de intelectual. Y desde ambos se concentró de manera constante para desvelar el misterio de la persona, analizó filosóficamente la ley de la entrega o donación de uno mismo a los demás como motor de la vida, y cómo el prisma del personalismo podía explicar todo el acervo doctrinal de la Iglesia acumulado durante siglos.
Así, desde el personalismo, Karol Wojtyla pudo defender y sostener: que el cristianismo no es una opinión o propuesta, sino la persona de Cristo; que el reino de Dios es un encuentro con la persona de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible; que la Iglesia encarna la comunión de personas, que es a la vez anhelo del corazón y signo de la vida interior; que los sacramentos administrados por la Iglesia son encuentros con la persona de Jesús, que nos acompañan siempre en nuestro camino por la vida; que la misión sacerdotal en el altar y en el confesionario, son llevadas a cabo en la persona de Cristo; que el ecumenismo tiene su justificación en la aspiración humana a la verdad y en la capacidad de la persona para entablar diálogos genuinos; que una enseñanza superior inspirada en el humanismo cristiano permite a las personas acceder a la plenitud de su humanidad; que la doctrina social de la Iglesia tiene un personalismo subyacente, que se manifiesta en la concepción del trabajo como participación en la obra creadora de Dios, en la solidaridad como la más auténtica posición ante la sociedad, en la defensa de la libre iniciativa económica, en la crítica a la sociedad materialista y de consumo, y en el reconocimiento de la creatividad de la persona y de su imaginación como base del desarrollo de las naciones; y que el personalismo también inspiró la posición de Wojtyla al abordar la raíz del feminismo, la ética sexual y la defensa de la razón.
Persona, persona, persona, persona. Así podría resumirse, amable lector, el humanismo de Karol Wojtyla.
En el próximo artículo me referiré a otras características del humanismo de S. Juan Pablo