Nuestras Fuerzas Armadas (30).
El pasado 23 de febrero hizo cuarenta años del golpe de Estado que perpetraron unos Guardias Civiles en connivencia con unos militares. Me parece ocasión propicia para meditar sobre nuestras Fuerzas Armadas.
Ante todo quiero poner de manifiesto el desconocimiento que nuestra ciudadanía tiene, en términos generales, sobre el tema y deseo afirmar que está por organizar el homenaje nacional que nuestras Fuerzas Armadas merecen por su comportamiento durante esos cuarenta años
Dicho lo anterior, hay una relación directa con el humanismo que difundimos desde estas páginas. Los miembros de las Fuerzas Armadas juran dar su vida (“hasta la última gota de su sangre”) en el cumplimiento de las misiones que se les confían. No es algo ni simbólico ni poético. Es algo real. Muchos militares han muerto incluso en misiones de paz o víctimas del terrorismo. No conozco ninguna profesión a la que se le exija un juramento parecido. Perder la vida en servicio a los demás y en virtud de un compromiso son ideas medulares del humanismo cristiano. Entregar la vida en acto de servicio es la sublimación del compromiso.
Lo que más llama la atención en los militares es su preparación. El funcionario civil, una vez aprobada su oposición, puede echarse a flotar. Pero el militar es una persona que está en permanente formación, participa una y otra vez en cursos de especialización además de su carrera, con dominio de idiomas, con experiencia en misiones internacionales, que saben mandar y dirigir a otras personas, que tienen virtudes poco frecuentes en nuestra sociedad actual como la responsabilidad, el respeto, la austeridad de vida, el compañerismo, la solidaridad, el amor a España y a su bandera y la capacidad de sacrificio, entre otras muchas. Un Juez o un Fiscal pueden ser nombrados para ejercer un cargo público y luego volver a su carrera (puerta giratoria), y no ocurre lo mismo con los militares, que la pierden si pasan a la política.
El comportamiento de las Fuerzas Armada en la transición política española fue ejemplar, sin que ello se vea empañado por acontecimientos puntuales, como los ocurridos hace cuarenta años. La aceptación de la autoridad política civil, sea del partido político que sea, en los diversos Gobiernos que se han sucedido durante este tiempo, es prueba de madurez y modernidad y al mismo tiempo de disciplina.
Ahora nuestras Fuerzas Armadas son profesionales, pero ello no evita recordar que cuando no lo eran, además de sus misiones esenciales, cumplieron una importantísima de alfabetización. Muchos españoles aprendieron a leer y a escribir haciendo la “mili”.
La misión tradicional de las Fuerzas Armadas de defender nuestro país de las agresiones exteriores, ha sido trascendida por las misiones de paz y seguridad en el seno de organizaciones supranacionales. Estas misiones les permiten, además, compartir con las Fuerzas Armadas de otros países el objetivo de llevar la paz y garantizar la seguridad a países o zonas en conflicto. Tienen la oportunidad de compararse con ellas y en tal comparación siempre las nuestra han salido beneficiadas.
Ante cualquier desastre natural, incluida la pandemia que nos asola, las Fuerzas Armadas son las mejores, las más rápidas y las más eficaces en la prestación de ayuda humanitaria.
Se hace preciso superar y rechazar las campañas mediáticas de desprestigio a que se han visto sometidas, y que, aún hoy, persisten en los partidos populistas (es decir, comunistas). En su reconocimiento debe incluirse la necesidad de dotaciones suficientes en personal y material para cumplir sus misiones. Pero por encima de todo es preciso transmitir a los ciudadanos que un país no es respetado en el mundo, si no tiene unas Fuerzas Armadas respetables.
En la España que nos ha tocado vivir, azotada por la pandemia, la crisis económica, social y moral, sin cohesión en torno a valores básicos, sin apenas sociedad civil, en donde se constata la insuficiencia de las formas políticas, sometida a tendencias disgregadoras, y sin instituciones públicas irreprochables, las Fuerzas Armadas aparecen como un reducto de seguridad, confianza, estabilidad y permanencia.
F.D.M.