42ª CARTA: HUMANISMO Y RELATIVISMO

42ª CARTA: HUMANISMO Y RELATIVISMO

Querido amigo:

En mi carta anterior te insinuaba que era difícil saber si el relativismo era consecuencia del laicismo o al contrario. En esta quiero abordar otra plaga de nuestro tiempo: el relativismo.

En esencia, el relativismo consiste en no reconocer nada como definitivo, y dejar como última medida de las cosas el propio criterio. Es dejarse llevar a la deriva por cualquier viento o doctrina.

La “utopía totalitaria” buscaba una justicia formal sin libertad. Pero la “utopía relativista” busca la libertad sin verdad, sin valores y sin normas objetivas de alcance universal.

Si Juan Pablo II luchó desde sus primeros años de sacerdote (1946) contra la utopía totalitaria que quería imponer el laicismo por la fuerza, Benedicto XVI centró su objetivo en la lucha contra el relativismo, al que considera un signo de decadencia cultural y antropológica, pues “una democracia sin valores” pierde su propia identidad y se transforma en una democracia decadente que fácilmente degenera en el totalitarismo.

Comprenderás fácilmente que lo mismo que en la vida política una comunidad no puede convivir pacíficamente si cada uno solo obedece a las normas que uno mismo establezca, tampoco en la vida moral es posible crearse unas normas de comportamiento “a la carta”, según convenga. Por el contrario, son necesarias normas objetivas, generales e inmutables, que son precisamente las que derivan de la naturaleza humana.

El relativismo propone un sistema de vida como si el cristianismo no hubiera existido, ni hubiera aportado nada a la conciencia humana. Para el relativismo el hombre es una realidad abierta, sin estímulos que le orienten hacia unos objetivos o metas, que pueden construirse de nuevo en cada momento. Se deja en manos de cada uno la comprensión del significado del cuerpo y la sexualidad, del modelo de matrimonio y de familia, y, en definitiva de la persona misma.

Las consecuencias, querido amigo, no se te escapan. Se acusa al cristianismo de incompatibilidad con la democracia y el pluralismo, por defender su origen divino y su verdad definitiva. Para el relativismo, el politeísmo es la única fuente de la verdad, por lo que la verdad no nos hará libre, sino que la libertad nos hará verdaderos. Se olvida así que la libertad es el camino para llegar a la verdad y la creatividad. Y se olvida también que sin libertad para todos (igualdad) no hay verdadera libertad, convirtiéndose entonces la verdad en imposición y tiranía de quienes detentes el poder en cada momento.

En íntima relación se encuentra la cuestión de la transigencia o tolerancia, entendida como la capacidad para consentir en parte con lo que se cree justo, razonable y verdadero. Transigencia viene de transacción que ya nuestro viejo Código Civil definía como un contrato en el que las partes “dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa” evitan un pleito o lo ponen fin. Como ves la transigencia exige reciprocidad. ¿Se puede transigir en que los musulmanes puedan abrir mezquitas en España, mientras se prohíbe (y se persigue) abrir templos católicos en sus países?

Porque transigir en una sola dirección es sinónimo de tragaderas, de laxitud ideológica, de sincretismo moral, de mistificación, de endeblez, cuando no de mero papanatismo o de sumisión a la moda del momento. Y cuando de esta forma se transige con los ideales, con la honra o con la propia fe, se acaba sin ideales, sin honra y sin fe.

No tengas miedo, querido amigo, a que te llamen intransigente cuando se trate de cosas importantes y no veas en la otra parte ningún ánimo de “dar, prometer o retener” alguna contrapartida.

Frente al relativismo y a la transigencia mal entendida, el humanismo cristiano estima que existe una verdad encarnada que revela al hombre el misterio de Dios y del propio hombre, de donde surge y se justifica su dignidad, y cobra sentido su destino eterno. Desde estas verdades absolutas, y por ello seguras, el humanismo propone un tipo de sociedad en la que sea posible armonizar fe y razón, y en la que se reconozca el verdadero significado de la laicicidad (que no el laicismo), que no es otro que el respeto a la dignidad de la persona, sus derechos, obligaciones y libertades, y entre ellas la libertad de pensamiento y religiosa. Ello permitirá superar, tanto el fundamentalismo laicista, hostil a las ideas religiosas, como el relativismo, hostil a toda idea de trascendencia.

Desgraciadamente he de reconocerte que la política es campo abonado para el relativismo y para la transigencia unidireccional. Se justifica por la “razón de Estado” o por los “intereses generales” o por “razones de oportunidad”. Pero no te dejes engañar. Es la falta de convicciones profundas y de valentía para defenderlas frente a la presión social.

En la próxima carta te hablaré de humanismo y terrorismo.

Recibe un cordial abrazo de



En el Manual de la “Nueva gramática de la lengua española” publicado por la Real Academia Española, (pag. 25, Madrid, 2010), se dice que en el lenguaje político, administrativo y periodístico se percibe una tendencia a construir series coordinadas constituidas por sustantivos de personas que manifiestan los dos géneros (amigos/amigas, diputados/diputadas, alumnos/alumnas), el circunloquio es innecesario  puesto que el empleo del género no marcado (masculino) es suficientemente explícito para abarcar a los individuos de uno y otro sexo.

 

Fernando Díez Moreno
Vicepresidente de la Fundación Tomás Moro

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