Humanismo social y sentido del esfuerzo (VI).
En colaboraciones anteriores me he referido a las actitudes humanas desde la perspectiva del humanismo social, y quiero, en esta, profundizar un poco en la actitud del esfuerzo, ya mencionada.
Ante todo, debes saber, amable lector, que el esfuerzo está íntimamente ligado al sentido de la responsabilidad. El hombre que se esfuerza suele ser un hombre responsable. Las políticas que eluden el esfuerzo, por ejemplo, en la enseñanza, suelen conducir a comunidades caracterizadas por la masificación más igualitaria y de mayor pobreza espiritual.
Ocurre así con algunas tendencias del socialismo, que, en vez de poner a la persona en la base, en el punto de partida, ponen el “colectivo”, a la sociedad como mero conjunto de individuos y cuya nota determinante es la abdicación del esfuerzo personal. Ello genera la pérdida del estímulo personal que constituye uno de los motores esenciales de la vida, tanto del hombre aisladamente como de cualquier comunidad en su conjunto. Y, a su vez, la pérdida del sentido del esfuerzo y del estímulo vital provocan el que se resienta gravemente la calidad del trabajo, de la creación intelectual y del deseo de mejorar y progresar en la propia realización personal.
Debe tenerse especial prevención con esas corrientes pedagógicas, tan extendidas en nuestros días, que se recrean en la falta de ejercitación de la memoria, y en la negación expresa de la educación en el esfuerzo, porque descuidan uno de los principales objetivos que debe alcanzar la educación: la formación adecuada de la voluntad de la persona.
Todo ello crea, además, un clima nihilista que produce consecuencias rechazables: la ignorancia de los propios deberes, cuando estos implican el más mínimo sacrificio; la transferencia de responsabilidades a otras instancias, en una cadena sucesiva de transferencias (a la familia, a la escuela, a la sociedad, al partido, al sindicato, al Estado); y el olvido de que la vida en sociedad es obra del esfuerzo de todos y del cumplimiento complementario de los deberes de cada uno.
La víctima de las abdicaciones personales en los terrenos del deber, del esfuerzo, del estímulo y de la responsabilidad no es otra que la propia comunidad, de manera que la despersonalización que provoca la falta de esfuerzo resulta, sin paradoja alguna, absolutamente antisocial.
En los tiempos de crisis moral que vivimos, para el humanismo social, no es mala idea proponerse superarla, como uno de los instrumentos, y entre otras muchas aportaciones, con la recuperación de la actitud del esfuerzo. Ello será tarea, no solo de las familias y educadores, sino todos aquellos que tienen una proyección pública. Me refiero a que todos quienes tienen presencia social en cualquier sector (deportivo, político, artístico, TV, medios, etc), y son famosos o conocidos, deberían transmitir la idea de que la posición que ellos han alcanzado, lo ha sido por el esfuerzo realizado a la largo de su vida, y solo por ello.
La idea que te propongo, amable lector, está fuertemente ligada a la idea de ejemplaridad de la que te hablaré otro día. Nuestra crisis moral, más profunda aún que la económica, no empezará a resolverse hasta que los protagonistas sociales no den ejemplo de comportamiento, de valores sociales, de esfuerzo y de responsabilidad. Tienen que servir de ejemplo, especialmente, a los jóvenes, y desde ahí comenzamos a hablar.