Humanismo social y esperanza (VII)
Continuo con el análisis de las actitudes humanas que preconiza el humanismo social y hoy me refiero a la esperanza.
Se ha dicho desde ámbitos de la investigación antropológica que la esperanza es el icono esencial de la condición humana. Es posible, pero yo prefiero pensar que, aunque no sea el signo decisivo y único, la esperanza sí es una realidad y una virtud que condiciona a la persona.
Más aún, para el humanismo social cristiano, la esperanza tiene un significado mayor, esto es, la esperanza trascendente, la esperanza en el más allá, en la salvación eterna que, aunque esperanza teologal, no por ello desplaza o excluye las esperanzas humanas o de esta tierra. Ambas no solamente conviven, sino que estas últimas, las terrenas, se ven fortalecidas e iluminadas por aquella, la gran esperanza.
La esperanza no es una actitud vacía, sino que es un poderoso instrumento frente a los problemas y dificultades de la vida, frente al dolor y las enfermedades, frente a las incertidumbres y los desconciertos. Por eso, en la actitud humanista de la esperanza va incluido, como contenido propio, tanto la voluntad para luchar contra tales dificultades, como el deseo de ser ayudado y apoyado por los demás. Cuando hacemos todo lo posible, todo lo que está en nuestras manos, estamos ejerciendo la actitud de la esperanza.
Lo anterior explica que el humanismo social considere la esperanza como una actitud necesaria del hombre. En una comunidad social, debidamente estructurada, la esperanza del hombre debe partir del propio esfuerzo, al que nos hemos referido en otras colaboraciones, y desarrollarse cuanto sea preciso, con la ayuda debida, es decir, la que corresponda en justicia y solidaridad de los demás miembros de la misma comunidad.
El político, no está excluido de la actitud de la esperanza. Y no solo eso, el político puede encarnar perfectamente las condiciones que hemos propuesto para constituir su contenido.
Ante todo, debe estar convencido de que puede alcanzar los fines y objetivos que se ha propuesto. Sin ese convencimiento su tarea sería un mero “dejar pasar”. Luego se encontrará innumerables dificultades en su tarea, desde las dificultades técnicas o financieras, o las que surgen de la incomprensión o la demagogia, hasta las críticas injustas o posiciones partidistas de los medios. Contra estas dificultades ha de enfrentarse con la esperanza de que no le impedirán estar convencido de que puede alcanzar los objetivos que se ha propuesto, y no va a renunciar a ellos.
Y en su lucha, el político tiene que buscar ayudas. Ayudas de los hombres y ayudas de la comunidad. Si hay algún ámbito de la vida donde no sobrevive el ‘lobo estepario’ es en el ámbito de la lucha política.
La esperanza nos ayuda, amable lector, a avanzar por la vida, puede, incluso, que sin darnos cuenta. Pero si te paras un momento a reflexionar, en todo cuanto te propones, está implícita la esperanza de conseguirlo, que te obliga a poner los medios necesarios y a demandar, en su caso, la ayuda de los demás.