La persona del siglo XXI (y II). Publicado en La Tribuna de Toledo el 30.11.20

En la colaboración anterior nos planteamos si la persona del siglo XXI que dispone de tantos medios materiales y adelantos informáticos y electrónicos, responde al concepto de persona tal como es definida por el humanismo cristiano. Para esta colaboración quedó la respuesta.

Se ha dicho que desde Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo hasta nuestros días, el hombre apenas ha cambiado sustancialmente. El hombre en permanente búsqueda de la verdad, el hombre con las mismas pasiones, el hombre que vive los desastres naturales y las tragedias causadas por el propio hombre, el hombre con la misma capacidad de amor y de odio.

Por otra parte, nuestra época no es la única en haber generado grandes adelantos. Pensemos en el descubrimiento de la imprenta que permitió la edición y publicación de libros para la difusión de la cultura. O en el descubrimiento de la electricidad que abrió posibilidades ilimitadas al desarrollo y al bienestar. O en los antibióticos que permitieron la sanación de enfermedades y la prolongación de la vida (a la espera de la vacuna anticovid que nos libere de la pandemia). O en la aparición del automóvil o de la televisión que condicionaron tantas cosas, tantos hábitos y tantas relaciones entre los hombres.

Por tanto, nuestra época no es la única que ha disfrutado de grandes avances producto de la invención y el descubrimiento. Y lo mismo que ha ocurrido siempre todo avance y toda invención tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Nadie puede dudar de las ventajas que al hombre de nuestros días le proporcionan el ordenador, el teléfono móvil o la existencia de redes sociales. Le permiten tener todo integrado, todo al alcance de la mano, al alcance de un click; una ventana al mundo que abre las puertas de la información, la comunicación, el entretenimiento, y el ocio, en tiempo real y de manera cómoda y sencilla; facilita buena parte de la vida a sus usuarios; permite mantener y afianzar el contacto y la relación con personas o familias físicamente alejadas que provocan afectos y sentimientos, que acompañan y unen, y hacen sentir la cercanía a quienes están separados y lejos; que permiten seguir una serie de TV, ser suscriptor de un diario y ser terminal para enviar y recibir mensajes, llamadas, e-mails, o participar y votar en hechos y debates; y que permite también una presencia cada vez más efectiva de los ciudadanos en el mundo de la información de manera que se convierten en difusores de noticias u opiniones.

Pero tampoco nadie puede dudar de los inconvenientes o desventajas. Están produciendo un cambio acelerado que pone en jaque nuestra intimidad y que puede comprometer la calidad de nuestra democracia. Pueden llevar a una dependencia o adicción enfermiza, o recibir una información manipulada de la realidad a través de las redes sociales (“fake news”). La ausencia temporal del uso de los instrumentos informáticos (averías, olvidos, pérdidas) provoca una sensación de incomunicación con el grupo que sigue comunicándose y relacionándose entre sí. Respecto a la intimidad, atributo esencial de la persona del humanismo cristiano, asociada a la exposición en las redes sociales, es una intimidad modulada, flexible, ampliada, compartida, en la que se está debatiendo en todo momento el límite entre lo público y lo privado. Además, produce un aislamiento del entorno más cercano y familiar que provoca una desatención a ese entorno generando relaciones de baja calidad, superfluas, volubles y despersonalizadas.

Las ventajas e inconvenientes resumidamente expuestas, entre otras muchas ¿son suficientes para afirmar que la persona del siglo XXI ha cambiado, que no responde al concepto tradicional de persona tal como lo hemos formulado hasta ahora? Mi respuesta personal es negativa. La persona sigue siendo esencialmente la misma. Tendrá más posibilidades funcionales o de información, tendrá más facilidades para comunicarse o recibir información, podrá tener más fácil y cómodo la gestión de sus necesidades, podrá caer en los vicios que todo abuso lleva consigo, pero seguirá siendo la misma persona, aunque sea la persona del siglo XXI, diferente a las personas de los siglos anteriores, como cada época histórica es diferente de la anterior. Pero su esencia, su sustancia, su condición de ser creado por Dios a su imagen y semejanza, con dignidad, libertad y derechos, seguirá siendo igual.

Lo anterior no  significa que la revolución tecnológica que estamos viviendo no obligue a prestar atención a las cuestiones morales que suscita, en definitiva, el debate entre el bien y el mal y a la necesidad de evaluar éticamente sus consecuencias.

Ir arriba