Política y Humanismo. Las virtudes del gobernante
En estos tiempos de pandemia en los que solo se habla del covid-19 o de los “allegados”, tal vez sea saludable abordar otros temas. En la colaboración 17 de 7 de septiembre, me refería a las condiciones del gobernante. Quienes nos gobiernan no solo deben tener condiciones para ello, sino que el humanismo cristiano les exige también virtudes. A ellas nos referimos hoy.
Habíamos hablado de la honestidad, de la integridad, de la elegancia y del talante del gobernante. Pero ¿cuáles son sus virtudes? Hay quien distingue aquellas que debe tener en su condición de hombre público de aquellas que debe tener en su condición de persona privada. El humanismo defiende que no pueden disociarse ambas condiciones. Con frecuencia oímos: “esto lo digo a título personal”. No es admisible. En el gobernante lo privado y lo público van unidos, porque quien carece de virtudes privadas, es difícil que tenga virtudes públicas.
El modelo virtuoso del gobernante es el de aquel que actúa regido por una completa integridad moral y por un irrevocable compromiso contra las injusticias o discriminaciones no justificadas.
Sin pretender ser exhaustivos podemos mencionar las siguientes virtudes:
– actuar con rectitud de corazón, lo que significa de acuerdo a una conciencia totalmente recta.
– buscar el conocimiento total de las cuestiones que aborda a través de una información completa para comprender y juzgar rectamente.
– tener la misma rectitud de intención en la vida pública y en la privada.
– luchar contra toda maldad o injusticia, manteniendo alejadas cualquier tipo de opción que implique una perversión moral.
– rechazar las calumnias, las difamaciones o filtrar “fake news”.
– huir de la arrogancia, la prepotencia y la soberbia.
– valorar la lealtad, evitando el consejo de quienes actúan con engaño, mentira y fraude.
– combatir la criminalidad en cualquier ámbito de la vida social o económica.
Te sorprenderá saber, amable lector, que estas virtudes del gobernante que hemos seleccionado, no son solo de nuestro tiempo. Están formuladas hace más de 1.000 años. ¡Si, si, como lo lees! En la Biblia, en el Antiguo Testamento hay un libro llamado de “Los Salmos”, cuya antigüedad es diez siglos anterior al nacimiento de Cristo. Para que tú mismo lo compruebes, y por si tuvieras dificultad en acceder a ese texto, te transcribo el Salmo 100:
Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa / No pondré mis ojos en intenciones viles; / Aborrezco el que obra el mal, no se juntará conmigo; / Lejos de mí el corazón torcido, no aprobaré al malvado. / Al que en secreto difama a su prójimo lo haré callar; / Ojos engreídos, corazones arrogantes, no los soportaré. / Pongo mis ojos en quienes son mis leales, ellos vivirán conmigo; / El que sigue un camino perfecto, ese me servirá; / No habitará en mi casa quien comete fraudes; / El que dice mentiras no durará en mi presencia; / Cada mañana haré callar a los hombres malvados, / Para excluir de la ciudad de Dios a todos los malhechores”
¿Sabrán nuestros gobernantes que existe el Salmo 100? Y, amable lector, si conoces a algún gobernante en activo que reúna estas virtudes, te ruego, por favor, que me lo presentes.