ERASMO DE ROTTERDAM

Conocía una de las grandes artes de la vida: como desentenderse de una manera imperceptible y  discreta  de todo lo que le abrumaba y preservar así su libertad interior, fuera cual fuera la ropa que llevaba y la coacción a la que le sometieran.

Toda su vida defendió con pertinacia callada y tenaz su libertad tanto espiritual como moral.

Mejor ser el pequeño secretario de un Obispo durante un tiempo que el Obispo mismo para toda la eternidad.

Actuar a la sombra del poder, lejos de toda responsabilidad, leer y escribir buenos libros en un cuarto tranquilo, no ser dueño de nadie, y a nadie someterse: este es el auténtico ideal de su vida.

Solo admite dos niveles: la aristocracia de la cultura y el espíritu, es el mundo superior; la plebe y la barbarie es el exterior. En adelante su patria estará donde reinen los libros y la palabra, la “eloquencia y eruditio”.

Los libros, con los que tuvo más contacto que con las mujeres. Los amaba porque no eran ruidosos ni violentos y porque, incomprensiblemente para la bruta multitud, era el único derecho para los eruditos en una época sin derechos.

No solo amaba los libros por su contenido sino porque amaba de un modo carnal su existencia, su gestación, su forma.

Estar en la imprenta, recibir con la tinta aún húmeda los pliegos recién impresos, elegir los elementos ornamentales y las delicadas iniciales junto a los maestros de este arte, perseguir con pluma afilada los errores de impresión  como un cazador de mirada aguda, o retocar una frase latina sobre la hojas aún húmedas  para hacerle más pura y más clásica, eran los momentos más felices de su existencia.

No pertenece al género de los que piensan hasta el final. Las verdades de Erasmo son en realidad explicaciones. Fue un gran divulgador, crítico, educador y maestro de su siglo.

Supo siempre mantener el equilibrio entre el humor alegre y burlón y la gravedad erudita.

Gracias a su arte de envolver literaria y humanamente las palabras, hizo entrar de contrabando en monasterios y cortes principales toda la materia explosiva de la Reforma.

Gracias a Erasmo, el escritor es, por primera vez, un poder en Europa al nivel de los otros.

Un espíritu que recopila, busca, comenta, comprime, que obtiene su sustancia, no de sí mismo, sino del mundo, que es más eficaz en la extensión que en la intensidad, que es más diestro que el artista.

Cuanto más envejece más la apremian las miserias del cuerpo, más conscientemente convierte en máxima vital retirarse del combate, a fin de guardar un poco de la tranquilidad, seguridad y aislamiento que necesita para continuar con lo único que disfruta en la vida: el trabajo.

Íntimamente, solo se siente a salvo entre los muros de sus libros.

Su cuerpo no necesitaba dormir más de 3-4 horas, y las otras 20 estaba activo, sin fatiga, escribiendo, leyendo, disputando, cotejando, corrigiendo. Escribía mientras viajaba, entre el vaivén de los coches, y en seguida convertía cualquier mesa de taberna en un pupitre, y su pluma es, en cierta manera, su  sexto dedo.

Arroja luz sobre los problemas, pero sin llegar al fondo: a su capacidad creadora le faltan el fanatismo extremo, la mordacidad total, el furor dogmático.

Erasmo fue un alma con muchos niveles, un conglomerado de talentos diversos, un suma, pero no una unidad.

La Reforma alemana y la Ilustración, la interpretación libre de la Biblia y las sátiras de Rabelais Swift, la idea de Europa, el humanismo moderno, todo esto sale de su pensamiento sin ser, sin embargo, obra suya.

Erasmo fue la luz de su siglo pero otros la  fuerza, él iluminó el camino, pero fueron otros los que supieron transitarlo, mientras, él mismo, como siempre pasa con las fuentes de la luz, permaneció en las sombras.

Se deja servir, pero no sirve a nadie, avanzadilla imperturbable de los artistas en su lucha por la libertad interior y la insobornabilidad, o sea, por las condiciones que él considera presupuestos indispensables del comportamiento moral.

Para sus contemporáneos Erasmo fue más que un fenómeno literario: fue la expresión simbólica de su más íntimo anhelo espiritual.

Solo un circulo de elegidos puede entender los nuevos sentimientos y las nuevas ideas, que las grandes masas nunca son capaces de comprender… de ahí que gusten de poner seres humanos en lugar de las ideas, una imagen, un modelo al que imitar con fervor.

Por primera vez ve Europa su sentido y su misión en el predominio del espíritu, en la construcción de una civilización occidental unida, en una cultura universal modélica por su creatividad.

Europa le parece a Erasmo una idea moral, una demanda espiritual exenta de egoísmos. Es el primero en promover unos Estados Unidos  de Europa bajo el signo de una cultura y una civilización comunes, un postulado aún no cumplido.

Concede a cada idea su parte de razón y a ninguna la pretensión de tenerla toda.

Proclama en aquel oscuro siglo su mensaje de fe en la humanidad, a saber, que el sentido, meta y futuro del mundo será vivir menos lo partidario y más lo comunitario, y así ser cada vez más humano.

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Hay dos niveles, uno inferior y otro superior, abajo la masa bruta y presa de sus pasiones, arriba el preclaro territorio de los cultos, perspicaces, humanos, civilizados; y les parece que con atraer cada vez a más gente inculta del nivel inferior al superior de la cultura, la mayor parte del trabajo está hecha.

Las ideas erasmistas se convirtieron, en muchos aspectos, en los principios fundamentales del orden social moderno. Sin embargo, nada sería más erróneo que ver en el humanismo, y desde luego en Erasmo, unos demócratas y unos precursores del liberalismo. Ni por un  momento piensan Erasmo y los suyos conceder al pueblo, inculto y menor de edad, el menor derecho… no hacen sino sustituir la vieja arrogancia aristocrática por una nueva, una soberbia académica que se prolongó tres siglos y que únicamente reconocía el derecho a decidir  sobre que era justo o injusto, moral o inmoral, a los que sabían latín y a los universitarios.

Su sueño era la oligarquía.

Los humanistas tienen la esperanza de conquistar el mundo con la pluma, como los caballeros con la espada.

El error del humanismo fue querer aleccionar al pueblo desde arriba en vez de entenderlo y aprender de él.

Debido a que el pueblo no contaba para él, debido a que consideraba ordinario e indigno de un erudito solicitar el favor de la masa y mezclarse con incultos y bárbaros, el humanismo existió para unos “happy fews”, pero no para el pueblo.

Erasmo no ha nacido para ser un luchador, quizá porque en el fondo no tiene ninguna convicción firme por la que luchar: las naturalezas objetivas tienen poca seguridad, dudan fácilmente de la propia opinión y están dispuestos, como mínimo, a pensar en los argumentos del contrario

Para Lutero lo más importante era lo religioso, para Erasmo lo humano.

Solo donde puede escribir libros con tranquilidad, solo donde puede hacer que se impriman cuidadosamente, es capaz de sentirse a gusto.

Huye del alboroto para refugiarse en el sublime silencio de los libros. [1]

En la casa de Tomás Moro entrevió lo que se convertiría en meta de su vida: la reconciliación del cristianismo con los clásicos (Platón, Cicerón, Sócrates).

“Adagios” recoge unos 800 dichos y epítetos de los clásicos latinos.

“Elogio de la locura” es una sátira de la vida monacal: ataca la pereza, estupidez y avaricia de los monjes.

Dos mensajes: que los clásicos eran una fuente de conocimiento noble y honorable; y que la Iglesia era una institución cada vez más vacía e intolerante.

Escribió a Lutero“Querido hermano en Cristo, la carta en la que evidenciáis el entusiasmo de vuestra mente respira un espíritu cristiano y ha sido para mí una gran alegría. 

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