El Humanismo social (I)

El Humanismo social (I).

El humanismo cristiano junto a la persona tiene otro pilar: la comunidad.

Iniciamos una nueva serie de colaboraciones en la que nos colocamos en una perspectiva más específica del humanismo: el humanismo social. Aunque la comunidad es un concepto amplio que puede abarcar a la sociedad, al Estado, a las organizaciones sociales y a los ciudadanos, utilizaremos indistintamente comunidad y sociedad. Ello no significa que deje de ser cristiano, sino que aquilatamos el punto de mira para abordar las cuestiones sociales de nuestro tiempo.

La historia del pensamiento es la historia de las relaciones entre la persona o el ciudadano con su comunidad. A veces es la sociedad la que predomina o anula a la persona (“polis” griega, comunismo, dictaduras); otras es el orden social el que se subordina a la persona.  Esto es el humanismo cristiano.

Resumir las cuestiones y las relaciones del humanismo social con la política, no es sino resumir los rasgos esenciales de una adecuada política social. Hoy se podría concretar aún más estas relaciones en dos polos: el ciudadano y el Estado. De ahí surgirán los grandes problemas de las obligaciones del Estado (pensiones, prestaciones sanitarias y educativas, cultura, vivienda, servicios básicos, infraestructuras, etc.) y de los derechos de los ciudadanos, que las Constituciones políticas convierten en derechos fundamentales. A estas cuestiones irán referidas, en adelante, estas colaboraciones.

Pero para ello es necesario volver a a hablar de la igualdad, no de la igualación, ni del igualitarismo, desde la perspectiva del humanismo social. La creación de un clima de igualdad y la lucha contra las desigualdades injustas o discriminaciones no justificadas está fundamentado y justificado tanto desde el punto de vista de la persona, como del de la comunidad.

Desde la perspectiva de la persona, el humanismo sostiene la igualdad esencial de los hombres. Esto significa que lo esencial es ser hombre, y si se da esta esencial identidad, todo lo demás habrá de ajustarse para que las diferencias (raza, sexo, económicas, situación social, religión, etc.) permitan evitar la deshumanización. Dicho de otro modo, si lo decisivo es ser hombre, la unidad del linaje humano no puede aceptar las desigualdades injustas o discriminatorias. La persona es igual ante Dios y ante la ley, en todo lo demás es diferente.

Desde la perspectiva de la comunidad, la igualdad así entendida viene exigida por la justicia, por la paz social y por la integración de cada persona en el conjunto social, haciendo posible la plena participación en los bienes culturales y materiales.

En resumen, deben ser preservados el estímulo y el esfuerzo de la persona, y deben ser propiciados los climas de igualdad por las vías de la cultura, la fiscalidad y la prestación de servicios públicos básicos.

Si la meta del bienestar es inexcusable, también lo es la difusión de la cultura. Con frecuencia nos quedamos en lo primero. Pero el objetivo cultural no es menos importante, y en él se incluyen la instrucción, la educación, la preparación profesional, el acceso por mérito a los niveles más altos del saber, la adquisición de sensibilidad para apreciar las bellas artes y las humanidades, el estímulo a la vocación por el conocimiento y el saber, la imaginación creadora, la capacidad de análisis y de juicio propios independiente de la presión mediática, la voluntad de compromiso con la comunidad y la capacidad de distinguir el bien del mal.

Así, el humanismo social, como conjunto de valores e ideales, no pretende solamente inspirar determinadas políticas, sino, además, propiciar el ambiente que demandan las reformas necesarias para la consecución de aquellos objetivos. Y la más importante de todas, el que las personas sean dueñas de sí mismas, conscientes de lo que son, de lo que aportan y de lo que reciben de la comunidad.

El humanismo social es, por tanto, una respuesta más a la crisis moral de nuestro tiempo, respuesta que representa una concepción de la vida y no solo de la política, porque:

– afirma la integridad del ser humano y su capacidad de esperanza, oponiéndose a quienes pretenden reducirlo a simple biología o a una interpretación química,

– pretende liberar al hombre de la anarquía y del caos intelectual y espiritual que le ofrece nuestro mundo, oponiéndose a quienes incurren en el error antropológico de ver en el hombre solo materia,

– limita a sus justos términos los excesos de los avances técnicos reconociendo su importancia, pero oponiéndose a quienes viven esclavizados por las nuevas tecnologías,

– ayuda al hombre para que tome conciencia de su identidad y personalidad propias, oponiéndose a quien lo considera un número dentro de un colectivo,

– desarrolla los sentimientos y resalta los deberes de la persona para con la comunidad, a pesar de los sentimientos egoístas implícitos en su naturaleza,

– y se propone hacer más humana la vida política, si ello fuera posible.

 

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