Humanismo social e intimidad (IX).

Humanismo social e intimidad (IX).

No te extrañes, amble lector, del título de esta colaboración. La intimidad es esencial a la condición humana, y la búsqueda y preservación de la intimidad es una de las actitudes básicas del humanismo.

En los tiempos que vivimos, la intimidad tiene muchos frentes que la combaten: las presiones de las ‘agendas de trabajo’, los compromisos ‘ineludibles’, todo tipo de convocatorias en las que hay que ‘hacerse presentes’, la búsqueda artificial de contactos para ‘salir en la foto’, la pregunta indiscreta de un periodista o de un locutor, pasando por el comentario público no debido o injurioso, la manipulación de la realidad para convertirla en objeto de rumor o información, la obsesión de la propia imagen hasta convertirlo en esclavitud, la preocupación por la opinión de los demás sobre uno mismo, En definitiva, la pérdida del sentido y del gozo de la soledad.

Entre todos los frentes posibles contra la intimidad, destaca, sin duda, el bombardeo continuo de datos, noticias, informaciones, opinión de los ‘expertos’, debates y tertulias que, en la gran mayoría de las veces, están motivadas por intereses egoístas, partidistas o comerciales. El resultado de todo ello no es solamente la dificultad de tener un propio criterio u opinión, sino además la dificultad de encontrar la soledad o la intimidad para formarlos.

En efecto, el continuo impacto de datos e informaciones es una corriente poderosa que rompe la intimidad del hombre, le impide concentrarse y recogerse sobre sí mismo, supedita y condiciona la capacidad del pensamiento, limita la posibilidad de reflexión sosegada y elimina las condiciones para buscar aquella opinión propia, limitándose a la mera adhesión a lo que se oye, o se ve, o a su simple rechazo.

Esta situación, en la esfera puramente humana, conduce a la despersonalización, al ‘silencio de los corderos’. Pero en la esfera del humanismo social, las consecuencias son igualmente graves, porque son las ideas, las incitaciones, o los propósitos de unos pocos los que inundan ‘el mercado’, dominándolo, sin dar tregua ni posibilidad a las respuestas personales.

La posición del humanismo social ante esta situación es la de favorecer decididamente el respeto a la intimidad de las personas. ¿Cómo hacerlo?

En primer lugar, mediante la educación. Y, en segundo lugar, en la propia organización de la comunidad. Si la educación implica transmisión de valores y aprendizaje de virtudes, está claro que dentro de ella se encuentran las actitudes que venimos denominando como propias del humanismo: compromiso, sentido de la reflexión, ilusión ante la vida, sentido del esfuerzo, uso de la razón, esperanza y sentido de la intimidad.

Una comunidad cuyos ciudadanos carezcan del sentido de la intimidad, es una comunidad amorfa, despersonalizada, incapaz de proponerse grandes objetivos, y carente de iniciativa y de originalidad. El respeto a la intimidad, garantizado por los Tribunales de Justicia, debe convertirse en uno más de los derechos naturales y fundamentales de la persona.

Nuestra vida es un conjunto de historias y de relaciones que cuando miras hacia atrás cobran el significado que en su momento no comprendiste: alegrías, sufrimientos, amistades, dolores, amores, traiciones, luces, sombras, pecados. Son tus secretos, es tu intimidad que no se cuenta salvo situaciones excepcionales. Pero hoy está de moda descubrir la propia interioridad a todo el mundo, como si mi vida interior fuese patrimonio de la humanidad, o como si fuera enorgullecerse vender la propia intimidad al primer programa rosa de la TV que lo demande.

Y nuestros políticos ¿tienen intimidad? Pues no, amable lector. Todas las situaciones personales que te he descrito en esta carta, hasta el momento, se multiplican de modo exponencial en quienes ejercen cargos públicos. Sometido permanentemente a los focos mediáticos, a su presencia en la plaza pública, a la crítica despiadada, haga lo que haga (incluso aunque lo haga bien), a los rumores, a las calumnias, o a los ataques personales de sus adversarios y de sus correligionarios, al político apenas le queda tiempo de intimidad.

Será muy difícil que encuentres a un político que disfrute de momentos de intimidad, porque la así llamada ‘excelsa soledad del poder’ es otra cosa. Y, sin embargo, paradójicamente, es el político quien debiera tener mayor dosis de intimidad, tanto para la debida reflexión previa a la toma de decisiones, cuanto para hacer balance y meditación de los objetivos que se propuso conseguir.

Si los políticos pudieran tener y disfrutar de intimidad, mejoraría sustancialmente la vida pública.

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