Humanismo social y amistad (X).
No podía faltar la amistad entre las actitudes que conforman el humanismo social cristiano. Es otro signo o icono de la verdadera condición humana.
La amistad, como el amor, tiene algo de secreto o incomprensible. ¿Porqué con unos sí, y con otros no? Pero tiene la ventaja de que puede amparar y cobijar otras actitudes, como, por ejemplo, la lealtad. La lealtad en sentido horizontal, pero también ascendente, hacia nuestros superiores, y descendente, hacia los inferiores, lo cual se olvida con demasiada frecuencia.
La amistad, como una de las manifestaciones del amor, se caracteriza por la preocupación, por el interés y por la solicitud hacia el amigo, por la predisposición a entregarse en actos singulares (favores) y por la solidaridad. Todo ello constituye un bien moral de primera magnitud. Se dice que quien tiene muchos amigos tiene un tesoro en la tierra. Y también lo tiene en el cielo. El Diccionario de la Academia de la Lengua la define como ‘afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato’.
Para el humanismo social cristiano, la amistad reúne dos condiciones características: el enriquecimiento de la condición personal y la capacidad de integración comunitaria. Además, la generosidad que implica la amistad es algo consustancial. No hay amigos que no sean generosos entre ellos.
No son pocas las dificultades que el mundo moderno presenta para el desarrollo de auténticas amistades, especialmente en las grandes ciudades. Pero es que la verdadera amistad es un proceso inagotable que empieza en las primeras fases de la convivencia educativa. Cada una de ellas tiene su propio grupo de amigos. ¡Qué alegría cuando se producen los reencuentros!
Luego son las relaciones de convivencia y de trabajo las que ensanchan nuestro círculo. Pero no confundas nunca estas relaciones sociales con la auténtica amistad. Repasa y examina, amable lector, tu círculo de ‘conocidos’ y verás como pocos de ellos son tus amigos verdaderos e íntimos.
La amistad es muy exigente, pues no solo produce el disfrute de la compañía, sino que con frecuencia demandará tu tiempo, tu esfuerzo, tu iniciativa, tu sacrificio para que no se extinga, y el vivir y compartir con el amigo sus dificultades y desgracias.
En política es difícil que haya verdaderas amistades. Por lo pronto excluye a aquellos ‘amigos’ que se hacen cuando ejerces cargos públicos. La mayoría te abandonan al día siguiente de tu cese, y el resto al poco tiempo. Desconfía de quien se declara tu amigo mientras estás en el poder.
También es difícil la amistad entre los políticos de una misma tendencia ideológica. Solo el tiempo prolongado que dura una ‘travesía del desierto’ (largos años en la oposición), puede hacer buenos amigos, pero esa amistad estará siempre expuesta a tensiones, discrepancias, intereses y, cuando no, traiciones. Por ello la sabiduría del dicho popular que reza: guárdame, Señor, de mis amigos, ¡que de mis enemigos me guardo yo!